Crónica de los sabores de Oviedo

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Con los ojos cerrados, me permito absorber los estímulos que me rodean. Son sonidos lejanos, como los pasos que resuenan sobre la piedra y el distante murmullo de los transeúntes. Un sol ligero, cálido y liviano, acaricia mi piel.

Abro lentamente los párpados. Al acostumbrarme a la luz de la mañana, mis ojos reparan en las casas coloridas que me rodean. Algunas de ellas tienen flores rojas y rosadas colgando de sus balcones, que asoman por encima de los soportales que enmarcan la Plaza del Fontánun pintoresco espacio rectangular en el corazón de Oviedo que antiguamente cumplía la función de corral de comedias.

Giro sobre mi eje y salgo de la pequeña plaza para encontrarme frente a frente con el Mercado del Fontán. La arquitectura del edificio del siglo XIX contrasta con el aire tradicional de la plaza. Al cruzar el umbral y subir las escaleras de la entrada, mi mente comienza a desglosar los aromas que inundan el mercado. Las frutas y verduras ecológicas que se exhiben en los puestos. Presentan colores vivos y suculentos, tanto que apetece sostenerlas en las manos, olerlas e incluso darles un mordisco.

Persigo el olor del pan recién horneado, el cual me guía hasta una pequeña pastelería. Tras su vitrina de cristal avisto carbayones de aspecto exquisito. Reconozco estos dulces típicos de Oviedo con una base de hojaldre cubierta de crema de almendra Marconacon una capa de yema y un baño de azúcar. Más adelante espera un puesto que despliega diferentes tipos de quesos asturianos, una visión deliciosa entre muchas otras.

Regreso al exterior, al sol y al fresco, y trazo una «S» caminando entre la Iglesia de San Isidoro El Real y el Museo de Bellas Artes de Asturias, ambos edificios de los que cuesta despegar la mirada. Cuando llego a la Plaza de la Catedral, alzo la vista a sus edificios monumentales, a las fachadas ricamente talladas. La majestuosa torre gótica de 80 metros que cubre la Catedral de Oviedo Me produce una agradable sensación de vértigo. Recuerdo que así la describió Leopoldo Alas «Clarín»: «La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne».

Torre de la Catedral de Oviedo
Torre de la Catedral de Oviedo. | Shutterstock

Me tomo mi tiempo para registrador en la memoria cada detalle de la plaza y de sus joyas arquitectónicas. Rodeo la catedral por la izquierda y avanza entre la placa dedicada al Camino Primitivo y la escultura de Alfonso II, el primer peregrino de la historia.

Un poco más adelante, me introduzco en la Calle Gascona, donde llega hasta mí el afrutado perfume de la sidra. Sus terrazas acogen un ambiente animado y vibrante. A las mesas llegan tapas apetitosas y platos humeantes que hacen la boca agua. Recetas triunfan como los cachopospero la protagonista indudable es la sidra que se escancia y se paladea, se disfruta sin prisas como el tesoro verde de Asturias que es.

Sigo callejeando por el Oviedo antiguo, entre casas de piedra y bares y restaurantes cuya tentación va calando progresivamente en mí. Finalmente, cedo a la invitación de sus fogones, me siento en una mesa y abro la carta con expectación. Cuando ponen frente a mí una cazuela de barro con deliciosa fabada asturianahundo la cuchara en su contenido y me dejo invadir por un sabor tan cálido como una hoguera en invierno. un platón que habla de tradición, de tierra, de raíces. De la belleza que reside en la sencillez y en los ingredientes de calidad, cultivados y recogidos en huertas cercanas.

fabada asturiana
Fabada asturiana. | Shutterstock

Los matices de este plato que degusto con calma me hacen viajar, inconscientemente, a otra ocasión en la que visité la capital de Asturias. Era un 19 de octubre, el cielo estaba encapotado y la frágil luz del día iluminaba los tejados de la ciudad. Oviedo resplandecía con la llegada del Desarmela fiesta gastronómica que celebra los sabores tradicionales de Oviedo.

«¿Cuál era el menú típico de esta fiesta?», me pregunto con curiosidad. La respuesta llega antes a mis papilas gustativas que a mis pensamientos. La comida del desarme empieza con un plato de garbanzos con bacalao y espinacasuna de esas delicias de cuchara del norte que siempre aportan una grata calidez. Le siguen los típicos callos a la asturiana, también conocidos como callos al estilo de Oviedo, que nada tienen que envidiar a la famosa. receta madrileña.

Garbanzos con bacalao y espinacas
Garbanzos con bacalao y espinacas. | Shutterstock

El tercer y último plato del Desarme es un cuadro con pigmentos de limón y canela. Se trata del arroz con leche inconfundibleun postre que cierra de la forma más satisfactoria una tradición que fusiona gastronomía e historia, ya que se cree que su origen se remonta al año 1836.

Doy cuenta del plato, tanto en mis recuerdos como en el presente. Me levanté con la somnolienta embriaguez que me aporta una buena comida y me dispongo a seguir caminando sin rumbo fijo. En mis iris se refleja las casas de colores de Oviedo, bellas y pintorescas como piezas de juguetes. También me permito vagar entre sus calles estrechas, con un encanto histórico que incita a imaginar millas de vidas.

Franqueo las líneas de sus construcciones monumentales, de esas plazas custodiadas por pináculos que parecen perforar los límites del cielo. Contemplo la ciudad con vista de halcón desde sus altas torresdonde se viaja a las célebres páginas de La Regenta. Sobrevuelo con las pupilas sus tejados de color naranja y me dejo transportar por la brisa en dirección a las montañas verdes que se avistan a lo lejos.

Panorámica de la ciudad de Oviedo
Panorámica de la ciudad de Oviedo. | Shutterstock

El viento me acaricia el cabello y me regala briznas del paisaje de Asturias, de sus campos esmeralda, de sus salvajes. costas de un azul profundo. Siento en los labios la sal marina, la fragancia húmeda y herbácea de los bosques asturianos. Transito los sabores de una región que se debe a sus paisajes y estaciones. La experiencia me vuelve a trasladar a Oviedo, punto de encuentro de los mejores deleites de Asturias. Con los ojos bien abiertos, admira la panorámica de un relato que nunca deja de escribirse.

Artículo escrito en colaboración con Saborea España.


Autor: Nahia Pérez de San Román
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