Pocas cosas ama tanto un viajero como tomar el coche o la moto y lanzarse a la carretera. El problema puede llegar cuando hay que escoger la ruta a seguir, sobre todo cuando delante se encuentra un país tan diverso como es España, en el que uno no sabe si prefiere el verde del norte o la calidez del sur.
La parte positiva es que en tres, cuatro o cinco días pueden llegar a conocerse y disfrutarse paisajes muy diferentes, al amparo de los que viven culturas también distintas, aunque siempre complementarias. Así, con estas 9 rutas por carretera es posible recorrer casi por completo (siempre quedará algo) la diversidad de la península. Solo hace falta ganas de ponerse al volante, entusiasmo y la curiosidad que debe acompañar a todo viaje. En marcha.
España peninsular en carretera: rutas para conocerla y disfrutarla
La mayoría de los trayectos aquí planteados necesitan de varias horas para realizarse. Seis, siete, ocho, diez horas en carretera en el caso de los más complejos, los que siguen caminos serpenteantes de curvas imposibles o los que conectan pueblos que parecen existir muy lejos de las grandes ciudades. Claro que entre medias hay paradas, porque este tipo de viajes consisten en disfrutar de la carretera y de los destinos a los que se va llegando. Así, estas rutas por carretera para conocer España requieren de varios días para disfrutarse sin prisa, tantos como uno elija, y cada una de ellas son itinerarios abiertos en los que también se puede ir eligiendo los destinos en los que detenerse.
A Coruña – León: por tierras gallegas hasta el modernismo leonés
Esta primera propuesta comienza en A Coruña, ciudad cultural, histórica y en continuo movimiento. Antes de marcharse hay que recorrerla, llegar hasta la Torre de Hércules e imaginarse cómo eran las cosas en el siglo I, cuando se alzó el que es el faro romano más antiguo del mundo. A Coruña se abandona solo porque hay que iniciar el viaje. Para descubrir, hacia el sur, lugares como Betanzos, desde donde uno puede seguir descendiendo hasta Lugo y sus impresionantes murallas.
Galicia no se entiende sin el Santiago. La ciudad compostelana es precisamente la siguiente parada.
De Santiago sí que cuesta marcharse, pero tras apenas media hora de trayecto el viajero llega hasta lugares como Noia, que van descubriendo el encanto de las Rías Baixas. Por ellas hay que descender, viendo pasar poblaciones como Catoira o Combarro, dos de los pueblos más bonitos de Galicia. Así se llega a Pontevedra, cuyo casco antiguo enamora, o a Vigo, donde uno queda prendado de su eclecticismo. Entonces es el momento de decir adiós al mar para lanzarse al interior de Galicia, siguiendo el verde. Poblaciones como Ribadavia van dando paso a la serena Ourense, situada entre montes, casi custodiando la entrada a una Ribeira Sacra todavía desconocida para muchos.
Antes de abandonar la comunidad gallega, se puede disfrutar de esta tierra sagrada deteniéndose en Os Peares, donde Miño y Sil se funden en uno, o en Monforte de Lemos, capital de la Ribeira. Después la carretera avanza ya en dirección León. Puede uno desviarse un poco hacia el norte, para disfrutar de la vertiente gallega de la sierra de Os Ancares, o seguir recto para abordar Castilla y León desde Las Médulas. Este es, con mucho, uno de los paisajes más impresionantes de España, fruto de la antigua actividad romana minera. Tras esta comarca espera Astorga, con su impresionante Palacio Episcopal, obra de Antoni Gaudí.
El viaje concluye en León, otra ciudad histórica donde brilla con luz propia la catedral de Santa María de Regla. El modernismo que Gaudí dejó a su paso, en la preciosa Casa Botines, o el convento de San Marcos, obra maestra del periodo renacentista, explican por qué León es una ciudad que uno marca en los mapas.
Gijón – San Sebastián: la costa del norte es nuestra
El mar Cantábrico es uno más en esta ruta por carretera, que se mantiene siempre en la medida de lo posible pegada a la costa asturiana, cantábrica y vasca. Estas son las tres comunidades que pueden descubrirse en un viaje que puede iniciarse en Oviedo o en Gijón, dependiendo de los gustos del viajero. Desde una u otra ciudad asturiana, la siguiente parada debe ser ya un pueblo de la costa. Por ejemplo, Tazones, con las cercanas playas de Rodiles o de Misiego demostrando por qué Asturias es el paraíso en la tierra. La Lastres, Ribadesella o Llanes, que hacen avanzar los vehículos hacia el este hasta que se cruza la frontera a Cantabria.
Esta comunidad es igual de verde, bella e histórica. Poblaciones como San Vicente de la Barquera consiguen que se detenga el tiempo y las mentiras suenan como nunca en Santillana del Mar, que no es santa, ni llana, ni tiene mar, pero uno se lo cree todo cuando la pisa. Muy cerca se encuentran las cuevas de Altamira, un enclave de importancia mundial para entender de dónde venimos. Desde este tesoro del arte rupestre puede tomarse la carretera hasta Santander, para así descubrir todos los encantos de la capital cántabra. La visita al palacio de La Magdalena es obligada.
Ya en Euskadi, es Bilbao la ciudad que recibe al viajero. La parada es obligatoria, así como un paseo por lugares menos visitados cuando uno recala aquí. Getxo o Santurce pueden sorprender a quienes tienen una mirada más clásica de esta preciosa zona donde desemboca el río Nervión. Tomando de nuevo la carretera, la Reserva de la Biosfera de Urdaibai tiene otro río, el Oca, como protagonista. Es uno de los espacios naturales más impresionantes de una tierra, Euskadi, repleta de ellos. En este enclave se encuentra el bosque de OMA, donde destaca la preciosa obra pictórica elaborada por Agustín Ibarrola a comienzos de los años 80.
Zumaia puede ser la siguiente parada, pero también Guetaria o Zarauz, localidades cercanas entre sí que ya anuncian la llegada de San Sebastián. Es muy difícil que esta ciudad, con su casco antiguo y sus playas, no conquiste a quien la conoce. Quizá pueda ser la última parada de esta ruta por carretera que descubre la costa del norte, pero si uno quiere llegar más lejos debe saber que todavía le esperan lugares como Irún o Hondarribia, ya en la frontera con Francia.
Echalar – Bausen: viviendo los Pirineos
Una ruta por carretera por los Pirineos no es sencilla, quizá es lo primero que uno debe saber antes de embarcarse en ella. A medida que el vehículo avanza y se adentra en la profundidad de la montaña, las carreteras se complican. En muchos trayectos que aquí se proponen hay que regresar por el camino para seguir avanzando en otra dirección. Ahora bien: cada kilómetro recorrido merece la pena.
Echalar es una villa navarra situada en la bella comarca de las Cinco Villas. Es el punto de partida perfecto porque permite conectar con la arquitectura y la cultura propia de la zona, que también puede descubrirse en otros rincones como Elizondo, en el precioso y popular valle del Baztán. Antes de adentrarse por completo en los Pirineos: Pamplona, capital navarra, espera al viajero con un tipo de turismo lento en el que importa el paseo y no el coleccionar lugares.
Volviendo a la montaña, dirección norte, en el valle de Salazar o en valle del Roncal encontrará uno pueblos como Ochagavía o Isaba,en los que parece detenerse el tiempo. Lo cierto es que cuando uno se encuentra en los Pirineos es casi inevitable caer en los clichés. El tiempo funciona de otra manera en la montaña, con su inmensidad y su silencio.
Al otro lado de la frontera entre comunidades, ya en Aragón, Ansó es un pueblo medieval de cuento, como lo es Jaca con su ciudadela. Desde allí debe uno dirigirse hacia el norte si quiere comprender la esencia pirenaica. Biescas, Lanuza o Sallent de Gállego se presentan como un milagro ante el ruido de la vida en la ciudad. Y todavía no había llegado el que seguramente sea el enclave más popular de los Pirineos aragoneses: el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Torla-Ordesa o Broto son dos pueblos en los que hay que detenerse. Aunque la carretera va apuntando hacia los Pirineos catalanes, antes hay paradas también imprescindibles, como la bella Aínsa o Benasque, desde donde se entiende las dimensiones del Pico Aneto, el más alto de los Pirineos.
Ya en Catalunya, el sueño se llama valle de Bohí. Patrimonio de la Humanidad por su conjunto de templos románicos, la carretera conduce hasta Durro, con menos de 100 habitantes y mucho que ofrecer. Hacia el norte, Vielha es la carta de presentación del precioso valle de Arán, nevado en invierno, verde como pocos rincones en verano. Y todavía hay más norte: desde allí, casi en la frontera con Francia, Bausen aguarda como escondido, entre historias de amores imposibles que terminaron provocando que se construyera el cementerio más pequeño de España. Aquí puede concluir este viaje por los Pirineos, aunque teniendo claro que queda mucho por ver.
Vitoria – Teruel: tierras para recordar
Esta ruta por carretera conduce desde Vitoria hasta Teruel, atravesando cinco comunidades autónomas y un sinfín de rincones que uno no espera encontrar. Como la propia Vitoria, quizá la más inadvertida de las ciudades vascas que, sin embargo, conquista a todo aquel que la visita con su vida social y cultural, sus dos catedrales y su manera de acoger al viajero. Al sur de Vitoria aguarda la isla de Burgos que rompe Euskadi en dos. En este territorio burgalés, Treviño o el pueblo maldito de Ochate pueden ser dos buenas primeras paradas en esta ruta para conocer la historia de la zona.
De nuevo en Euskadi, aguarda la capital de la Rioja Alavesa, Laguardia. “La guarda de Navarra” es también una parada histórica, en parte porque tiene cerca un rincón peculiar conocido como la Chabola de la Hechicera. Este dolmen de tiempos antiguos rescata historias de brujas, por lo que es también una parada cultural. Tomando la carretera hacia el sur se llega a Logroño y su calle Laurel, donde la gastronomía y la forma de vida riojana adquieren todo su sentido. Tras disfrutarla, y siguiendo la línea fronteriza entre La Rioja y Navarra, termina uno en Calahorra. Al amparo de los ríos Ebro y Cidacos, esta ciudad encierra buena parte de la historia del reino.
Hay que atravesar Navarra, y detenerse en Tudela si así se quiere, para llegar a la tierra aragonesa más alejada de los Pirineos antes recorridos. Allí espera Tarazona, del color de la piedra, excelente puerta de entrada al Parque Natural del Moncayo. 11 000 hectáreas de naturaleza y paz. La paz también se encuentra en la gran capital, Zaragoza, con su basílica de Nuestra Señora del Pilar y su entramado de calles llenas de vida.
El trayecto continúa hacia el sur, hasta las ruinas de lo que un día fue Belchite. A pesar del estado de sus construcciones, uno siente, cuando llega hasta allí, que debe permanecer siempre así para que el pasado, concretamente la Guerra Civil Española, no caiga en el olvido. Tiempos más felices aguardan en la bella Anento, todavía en la provincia de Zaragoza, o en Albarracín, ya en Teruel, considerado por muchos el pueblo más bonito de España. Esta ruta por carretera concluye en la ciudad turolense. A poder ser, en la plaza de El Torico, ya sin el coche, ya disfrutando de todo lo que Teruel tiene por ofrecer.
Girona – Cartagena: al compás del Mediterráneo
Ya en Cartagena, por lo que el Levante es el protagonista absoluto de esta ruta por carretera.
Como lo son las grandes capitales mediterráneas. La colorida Girona, con su laberinto de calles y su mezcla de estilos arquitectónicos, perfectamente visibles en su catedral. Barcelona, que es una ciudad bruja, “se le mete a uno en la piel y nunca le deja ir”, como escribió en su día Carlos Ruiz Zafón. La histórica Tarragona, guardiana como pocas otras ciudades del pasado romano de la península. Castellón, donde se aparca el coche porque es una ciudad mediterránea que se recorre a pie, sin prisas. Valencia, con sus jardines, sus artes y sus ciencias. Alicante, dominada por el castillo de Santa Bárbara, ciudad que no parece ciudad porque en ella se respira de otra manera. Y, finalmente, Cartagena, aunque si quiere uno puede desviarse hacia el interior para conocer también Murcia. Cartagena es pasado, presente y, como todo en el Levante, Mediterráneo.
Entre una ciudad y otra, sorprenden pueblos como Lloret de Mar o Sitges, en Catalunya, además de aquellos encuadrados en el Delta del Ebro, un paisaje que impresiona. En Comunidad Valenciana, las historias de Peñíscola, la naturaleza de la sierra de Irta o la vida única de la Albufera de Valencia sorprenden y gustan al viajero. Quizá quiera quedarse, de manera definitiva, en Cabo de Palos, ya en la Región de Murcia, con sus aguas cristalinas y su ritmo tranquilo. Puede, incluso, que se atreva a ir más allá y quiera descubrir un lugar único en España: la Algameca Chica, conocida popularmente como el Shangai de Cartagena. Como conclusión del viaje no está mal. Todo es Mediterráneo puro.
Burgos – Guadalajara: el mar de Castilla
Castilla también tiene mar, solo que es un mar amarillo. En ocasiones es también verde, pero sobre todo es amarillo. Siempre, en cualquier caso, es amplísimo. El horizonte parece no llegar nunca. La vista se pierde y la sensación de inmensidad sin límites, y por tanto de libertad, es constante. Todo esto se aprecia en una ruta por carretera que permite recorrer y conocer varios de sus parajes más apreciados, capitales incluidas.
Esta propuesta comienza en Burgos, en su catedral o su monasterio de Santa María la Real de las Huelgas. Una vez se abandona la ciudad, empieza el mar. Las olas de las carreteras tranquilas, normalmente nacionales, conducen hasta Santo Domingo de Silos, uno de los monumentos románicos más importantes de Europa. Desde allí el desvío conduce hasta Palencia, que de románico también sabe algo. La provincia al completo alberga la mayor concentración de Europa de edificios y restos de este estilo arquitectónico.
El viaje se va complicando, pues uno desea detenerse en muchos rincones, pero de momento la dirección es una: hacia el oeste. Allí espera Ampudia, que con su castillo, su Colegiata de San Miguel y otros muchos monumentos hace difícil creer que sea una localidad de apenas 700 habitantes. En la provincia de Valladolid, todavía hacia el oeste, el viajero es recibido por Urueña, uno de los pueblos más bonitos de España, un pueblo amurallado declarado Villa del Libro, por la importancia que se ha concedido a sus librerías.
Tras Urueña, la carretera no se siente diferente avanzando hacia Zamora, aunque hay ciertos brotes verdes entre tanto mar amarillo. Sigue siendo, en cualquier caso, terreno llano donde se persigue el horizonte. A Zamora uno llega para disfrutar del río Duero y de la historia, que tiene en su castillo y su Santa Iglesia Catedral del Salvador sus principales valedores.
Salamanca tiene su universidad, Ávila sus murallas, Segovia su acueducto. Pueden ser las siguientes paradas, aunque entre ellas se traza un trayecto en el que es inevitable desviarse y detenerse. En Alba de Tormes, en la provincia salmantina, o en Bonilla de la Sierra, en territorio abulense. La provincia de Segovia puede descubrir tras abandonar la capital, si es que uno puede dejar atrás su catedral o su alcázar. Entonces esperan pueblos como La Granja de San Ildefonso, Navafría o Riaza, dependiendo de cuándo quiera uno cruzar la frontera hacia la Comunidad de Madrid. La recomendación en esta ruta por carretera es hacerlo tan cerca como sea posible del Hayedo de Montejo de la Sierra, porque el curso de la sierra segoviana es precioso y porque este hayedo, declarado Patrimonio de la Humanidad, merece una visita.
Desde allí y hacia el sur, antes de tomar la carretera hacia Guadalajara, espera Patones, que en los últimos años ha adquirido la popularidad que su belleza merece tener. Entonces, ya sí, se cruza la frontera hacia Castilla-La Mancha. El trayecto puede concluir en Guadalajara o pueden buscarse enclaves naturales como el embalse de Entrepeñas, que con sus 3213 hectáreas sí da la sensación de ser un mar de los de siempre. Azul y nada más.
Plasencia – Sevilla: esencia extremeña y aires andaluces
Al norte de Extremadura, prácticamente en la frontera con Castilla y León, Plasencia sorprende con su precioso casco histórico, sus dos catedrales y su muralla, y es ahí donde empieza esta ruta por carretera a medio camino entre tierra extremeña y andaluza. Hacia el sur, por tanto, hay que dirigirse, para atravesar el Tajo, el Parque Nacional de Monfragüe y llegar hasta enclaves como Trujillo, para muchos el pueblo más bonito de Cáceres. La ciudad de Cáceres, precisamente, puede ser el siguiente destino, tomando la nacional que conduce hacia el oeste y que también sabe algo de horizontes infinitos. Quizá no suele decirse, pero Cáceres es una de las ciudades más bonitas de la península, repleta de monumentos que se apelotonan en sus calles empedradas.
Aunque desde Cáceres podría continuarse hacia el sur, directos hasta Mérida, esta ruta por carretera sigue hacia el oeste. Casi hasta la misma frontera con Portugal, donde aguardan historias en las que La Raya es una línea invisible. Poblaciones como Valencia de Alcántara sorprenderán al viajero, que casi deseará detener aquí el trayecto. Pero se sigue, y se sigue hacia el sureste, porque hay que visitar dos lugares concretos. Además de todos los que surjan en el camino hasta esos lugares, claro.
El primero es la iglesia de Santa Lucía del Trampal, una de las pocas muestras de arte visigodo que todavía quedan en la península. El segundo es Mérida, un Patrimonio de la Humanidad donde la historia está viva. Si uno quiere volver a dirigirse hacia el oeste, en la ciudad de Badajoz espera la Alcazaba más grande de Europa. Si se elige el sur, se descubrirá que el aire andaluz que encierra Zafra le ha hecho llevarse el apodo de “la Sevilla chica extremeña”. Es una localidad preciosa en la que destaca el Palacio de los Duques de Feria. Todavía estábamos en la sorprendente Extremadura, pero ya nos vamos.
El aire andaluz llega de verdad cuando se cruza la frontera, dirección Alájar y lo que surja. Alájar se ofrece como destino porque se encuentra en el Parque Natural de la Sierra de Aracena y los Picos de Aroche. Es una preciosa mancha blanca en un espacio verde precioso. Da buena cuenta del encanto de la provincia de Huelva, aunque es en Sevilla donde puede terminar esta ruta. Bien en la ciudad, de cuyo color especial hay poco que se pueda decir que no se haya dicho ya, bien en el Parque Nacional de Doñana, espacio natural que en realidad comparten Huelva, Sevilla y Cádiz. Es un buen lugar para aparcar el coche y disfrutar de un ecosistema diferente. Un consejo: buscar los amaneceres y los atardeceres sobre sus aguas.
Toledo – Málaga: molinos, montaña y mar
En Toledo se inicia esta ruta por carretera, aunque también puede iniciarse en Málaga y recorrerse a la inversa (como todas las anteriores, realmente). La propuesta aquí realizada, sin embargo, concluye en el mar, que siempre parece un buen final. Así que se inicia en Toledo, ciudad histórica donde las haya. Toledo tiene el encanto de lo medieval aferrado a sus raíces, por lo que pasear su casco histórico es pasear por el tiempo.
Como pasear por La Mancha es pasear por las páginas que nos dejó Miguel de Cervantes. Camino al sur se encuentra uno con localidades como Consuegra y sus doce molinos de viento, alineados sobre el cerro Calderico. El paisaje es tal como uno lo imagina y el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel es aún más de lo que se imagina. Lo que el viajero no puede ni imaginar es que bajo la provincia de Ciudad Real, en la comarca de Campo de Calatrava, duermen más de 300 volcanes. Uno de ellos, el del Cerro Gordo, ha sido reconvertido en museo. La visita es obligada. Antes o después, la cercana Almagro sorprenderá con su extenso patrimonio.
Para adentrarse en tierras andaluzas puede uno hacerlo por las carreteras nacionales del Parque Natural de la Sierra de Andújar, donde los árboles custodian los caminos y los colores se entremezclan en paisajes de gran belleza. Al otro lado espera Montoro, uno de los pueblos más bonitos de Córdoba. Y después la propia ciudad, cuyos colores parecen mutar dependiendo del día en que se visite. Lo que no cambia es la Mezquita-Catedral: siempre es impresionante.
En las sierras Subbéticas, hacia el sur, esperan pueblos como Zuheros, Priego de Córdoba o Doña Mencía, y todavía en Córdoba una sorpresa: Iznájar, uno de los pueblos más bonitos de Andalucía. Es la última parada antes de adentrarse en la provincia de Málaga, donde la carretera conduce hasta Comares, en la bella comarca de la Axarquía, en las estribaciones de los Montes de Málaga. Porque esta provincia es sol y playa, pero también es interior y montaña, como demuestran otros enclaves como Benalgabón, en Rincón de la Victoria. Es el último elegido antes de besar el Mediterráneo, ya en la bella ciudad de Málaga.
Cuenca – Almería: el valor de la naturaleza
Colgando se queda uno pero del encanto de Cuenca. De esas casas que bailan sobre el precipicio, de su catedral de la Inmaculada Concepción y de su casco antiguo. Desde allí, el trayecto propuesto en esta ruta por carretera conduce hacia el sur, hasta lugares como Alarcón, Alcalá del Júcar o Jorquera, siempre en dirección Andalucía.
En este camino puede uno detenerse en Albacete capital, pero sobre todo debe disfrutar de su provincia. Ayna es conocida como la Suiza manchega, pero no necesitaría de sobrenombres ni comparaciones para destacar. No se entiende Ayna sin sus alrededores, sin su naturaleza. Otro tanto sucede con Liétor o Letur, localidades circundantes que son también un buen destino antes de abandonar esta comunidad y adentrarse en Andalucía.
Hay dos opciones a la hora de atravesar la frontera. Hacerlo por Murcia o hacerlo por el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. Depende del gusto del viajero elegir uno u otro trayecto. El destino en el primer caso puede ser Vélez-Blanco, pueblo malagueño. En el caso del segundo, Castril, pueblo granadino, es buena opción. Desde allí, esta propuesta quiere conducir al viajero hasta el Parque Natural Sierra de Baza y un poco más hacia el oeste, hacia la granadina Guadix, la capital europea de las casas habitadas. Merece la pena el desvío solo por descubrir este enclave único. Si uno quiere alargarlo, siempre puede continuar hacia el Parque Nacional de Sierra Nevada.
Pero la protagonista final de este viaje es Almería. En primer lugar, por el desierto de Tabernas, un espacio único en todo el continente europeo. Uno se sentirá en otro país, casi en otro mundo, recorriendo sus dimensiones. Aún más al sur, Cabo de Gata es otro mundo también, otra dimensión donde el tiempo se ha detenido en rincones como Las Negras o La Isleta del Moro. El final es, de nuevo, el mar. Aunque el final, para el viajero curioso, nunca termina de llegar del todo. No mientras haya más destinos por descubrir.