El Castillo de Arteaga se alza rotundo, enmarcado en un paisaje de gran belleza. En un primer vistazo es sencillo imaginarlo protagonista de un mundo onírico, una especie de transición temporal. Quizás, formando parte del set de rodaje de una película de época, a punto de entrar en escena princesas, caballeros, e incluso una bruja. Pero, más de cerca, la robustez de su puerta sacude la mirada con una dosis de realidad tangible.
En el mapa del municipio de Gautegiz-Arteaga, a 40 kilómetros de bilbaoen el corazón de las tierras vascas de Bizkaia, se contorna la presencia de esta fortaleza neogótica. La Reserva de la Biosfera de Urdaibai hace a su vez de decorada y protagonista de una historia donde se entremezclan hilos infinitos de tiempos y espacios.
Tirando de ellos es posible transitar desde su construcción en la Edad Media, hasta su restauración decimonónica, de marcado carácter francés. Conocer mejor el castillo, verlo de cerca, sentir en la palma de la mano la caliza y el mármol de sus paredes… Todo ello es posible aceptando la invitación para recorrer un pasadizo cronológico, iluminado por la luz de las historias por descubrir.
Un elegante castillo para una emperatriz
El Castillo de Arteaga ha sido, durante siglos, testigo silencioso de acontecimientos históricos que han dejado impronta propia en sus muros. La imponente figura, alojada en el horizonte de la ría de Urdaibai o Gernika, revive aquel conocido deseo de que las piedras hablen. Las historias que podrían contar sus muros desde su construcción, con rocas de las canteras de Gautegiz-Arteaga, son infinitas.
Origen y transformación del Castillo de Arteaga
La primera formación, del siglo XIII, constaría de un recinto amurallado con un torreón central y cuatro torres, una en cada esquina. Pero a lo largo del siglo XV su fisionomía fue mutando, debido a las inclemencias meteorológicas de una geografía marcada por el clima del golfo de Bizkaia. Aunque, sobre todo a causa de las guerras y tiendas a las que debieron enfrentarse en no pocas ocasiones, llegando incluso a ser destruido en 1358 por pedro de castilla.
Más adelante, durante las guerras carlistas, fue tomado por las tropas del general Velasco, convirtiéndose en residencia personal de este último. Pero antes de este episodio, ya el futuro del castillo de arteaga se antojaba incierto.
Poco quedó del esplendor de sus famosas torres, Arteaga y Gautegiz, así bautizadas en honor a las tierras que ocupaban. Poco quedaban de fosos o puentes levadizos. Permaneció mudo, tan solo visitado por el aire marino venido desde cercanas playas y acantilados. Sorprendido su silencio por el rugido de las olas surcando el estuario del río Oka hasta romper en Mundaca. El edificio envejeció habitado únicamente por el trino de los pájaros y la vegetación que crecía a su alrededor. Hasta que un golpe del destino jugó a su favor, materializándose en una decisión institucional.
El enlace que hizo resurgir a la fortaleza
Corría el siglo XIX cuando una boda imperial inesperada publicó las crónicas políticas y sociales del Viejo Continente. El 30 de enero de 1853. contraían nupcias Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, con una española, Eugenia de Montijo. La entrada en escena del Castillo Arteaga en la ecuación imperial se debió a la ascendencia de la bella Eugenia.
La emperatriz estaba vinculada con esta provincia histórica debido a su parentesco con los señores de Arteaga y Gasteiz. Basándose en esta ascendencia, las Juntas Generales de Bizkaia acordaron en 1856 convertir al hijo de los emperadores en vizcaíno de origen. De este modo, Eugenio Bonaparte se convierte en legítimo propietario de esta fortaleza situada en la zona sur del País Vasco.
Al poco, por deseo de los emperadores, comenzaron los trabajos de restauración y acondicionamiento del edificio, encargando la tarea a Couvrechet, arquitecto de la corte. Tras su muerte, sucedida por Ancelet, la transformación del castillo se tradujo en la construcción de un torreón neogótico. Así, rodeado de unos jardines diseñados por Newman, jardinero de la casa real francesa, se alzó un palacio neomedieval sobre el azul oscuro de la ría de Gernika. El hijo de Josefina y Napoleón III jamás realizó aquí sus aposentos, a pesar incluso, de mandar venir de Francia a personal y trabajadores de Versalles.
Finalmente, la propiedad quedó en manos de la Casa de Alba. Un oratorio adornado por vidrieras de colores, en el segundo piso un enorme dormitorio imperial y, en la fachada principal, onu escudo de armas gigante. Estos son solo algunos de los elementos que componían las cuatro alturas, unidas por una escalera espiral. Desde la entrada hasta tocar el cielo en la terraza abierta al valle, el castillo es un sueño hecho realidad en un paraje de cuento.
El entorno mágico del Castillo de Arteaga
El Castillo de Arteaga se encuentra en un enclave privilegiado, en plena Reserva de la Biosfera de Urdaibai. Un espacio así declarado por la Unesco en 1984, que ocupa una geografía cambiante y sorprendente. Tan solo a unos kilómetros de distancia, a un parpadeo, el viajero puede encontrarse en medio de una naturaleza que lo engulle por completo.
La visita puede comenzar buscando un paso entre bosques frondosos habitados por una enorme variedad de aves. Aquí es una parada obligatoria para los amantes de la ornitología, el Urdaibai Bird Center. Pero también puede iniciarse recorriendo las calles de Gautegiz-Arteaga. Un paseo que finaliza contemplando las vistas de la ría desde la Ermita de San Pedro de Arratxe.
Los kilómetros que ocupan la Reserva de Urdaibai son como círculos dibujados en el interior de los troncos de los árboles. Siguiendo su perímetro, poco a poco, es posible perseguir la historia de su vida. En el camino se encuentran cuevas milenarias., como la de Santimamiñe, en la parte sur del monte Ereñozar. Un asentamiento humano, decorado por pinturas rupestres, de hace unos 14 000 años, declarado Patrimonio de la Humanidad. Continuando el recorrido, las huellas del arte y la naturaleza se unen de nuevo en los pinos pintados por Agustín Ibarrola en el Bosque de Oma.
Más allá de los árboles se escucha el rugido del mar cantábrico acercándose y alejándose en lo arenales de Laiga y Lada. Sus corrientes rodean la legendaria isla de Izaro, frente a Bermeorompe contra San Juan de Gaztelugatxe, gritan, en una ola, el nombre de Mundaka. En la desembocadura del río Oka, aguarda el hermoso jardín botánico de la isla de Txatxarramendi, que mantiene anclado a su orilla el secreto del puerto romano de Portuondo. Mientras, la Edad Media espera en la cima de Ereñozar, poblada de leyendas y vestigios amurallados. Desde allí, la vista se pierde sobre los montes de Durangaldea.
Ya en los últimos círculos del tronco, el presente ofrece entornos urbanos con una oferta cultural irresistible y, localidades con nombres que transpiran auténtica historia. desde Gernica a Bilbao, Bermeo o San Sebastian o, tras la frontera, la localidad balnearia de Biarritz, siguiendo los pasos de Eugenia de Montijo. El entorno y el Castillo de Arteaga y Urdaibai ofrecen mil lecturas, tantas como posibles lectores. Pero bastan tan solo unos minutos, únicamente unos pasos, para darse cuenta de que se trata de un tomo que invita a revisarse página a página, de principio a fin. Y en el epílogo, de nuevo el castillo como final de trayecto o de lectura, contemplando el horizonte desde una torre, leyendo entre nubes.
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Autor: Eva Figueroa
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