Despidiéndome de Capiatá | Una turista en Paraguay

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Es mi último día en Capiatá, aunque parecería cualquier otro. Hoy ha vuelto a hacer calor y he vuelto a sacar mis pantalones cortos, aunque desde hace una semana atrás, se nota que el otoño ya ha llegado. Parece que el sofocante calor se ha ido para no volver.

Ayer fue mi primera despedida, cenamos asado y bebimos Brahma. Hoy será la segunda y definitiva. Hamburguesas y pocas horas de sueño antes de salir de nuevo mañana a la ruta. Tengo que levantarme temprano para poder ir de aquí hasta Asunción, de ahí tomar un bus a Clorinda que sale a las 9:00 de la mañana, (Clorinda es un pueblo argentino que está justo pasando la frontera). Buscar el cruce que está a la salida de Clorinda, donde empieza la R11, para poner el dedo rumbo a Resistencia, ya en Argentina, otra vez.

Me gusta esta sensación de saber que mañana agarro la mochila de nuevo, para ver más, para descubrir más. Pero también se que dejo lo que ha sido mi casa en el último mes y mucha gente que son ya nuevos amigos, y que uno no sabe bien si volverá a ver. Aún así se que me llevo mucho conmigo. Se que Capiatá y San José han sido por un rato como mi propio barrio. Como un Turanzas o un Llanes, solo que naranja en vez de verde y con bastantes grados más en el ambiente.

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Mis costumbres y tradiciones en Capiatá:


Levantarme por la mañana. Está la tele encendida. Ale ve los dibujos y juega. Algunos días le preparo el desayuno. Toby (cacao en polvo) con leche, pan o coquitos. Me vuelvo a dormir. Me despierto tarde. Cuido a Ale el resto de la mañana. Algunos días voy con él hasta el almacén y un par hasta preparo la comida. Luego llega Eve de trabajar. Yo escribo para el blog o hago alguna otra cosa. Hace demasiado calor al mediodía para salir. Los primeros días tatúo a Eve, luego va Edi.

Algunas noches, cuando el calor afloja, salimos a la vereda. A veces tomamos vino, la mayoría algunas cervezas. Pasan los días. Se siente de pronto el peso de la rutina.

Llega el fin de semana. Vamos al partido del Cerro Porteño. El sábado a un concierto de Metal Underground, en donde me sentí muchos años lejos. Conozco a Sergio y a la famosa Vane, la chica de pelo larguísimo de la que Edi tanto me había hablado. También conozco a su novio Juancito.

Ellos dos me llevan al cerro Yaguaron la tarde del domingo. La verdad es que la escapada me vino bien. Los tres estábamos cansados, pero lo agradecimos. A mi me sirvió para despejarme un rato de  las telenovelas y el reggaeton, de las calles empedradas y del asfalto, de los días idénticos uno detrás de otro.

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Conociendo el Cerro Yaguarón:


Nos fuimos en autobús hasta allí. Uno de esos autobuses que tanta gracia me hacen, con sus morros antiguos y sus diseños pintados en multitud de colores. También puedes encontrar en sus partes traseras y delanteras estrellas, corazones y a veces, hasta el nombre del conductor y de la esposa.

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En el pueblo caminamos hacia la ladera del cerro, donde nos encontramos a una señora con un pequeño puesto improvisado en el que vendía «chupa-chup». Vimos bajar las vacas por los caminos de piedra y rocas y logramos finalmente subir para disfrutar por un rato de la basta cantidad de tierras que ofrecía la vista.

Vane y yo aprovechamos para descansar y beber tereré mientras Juan fue a buscar las huellas de Santo Tomás. Emprendimos el regreso a tiempo para ver el sol descender tras las palmeras, las cuales parecían hacer un baile de sombras que invitaba a quedarse un rato más, pero había que bajar antes de que el sol se fuera del todo.

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Ayer la madre de Vane, Doña Elva, me regaló un vasito para que me lleve y pueda tomar allí donde vaya tereré. Todos me han tratado muy bien en esa casa. He comido tallarines con pollo y mandioca en su casa un domingo, el padre es todo un chef. He comido asado y me he tomado algunas cervezas y bastantes tererés con los demás.

Hemos hablado de todo, desde política hasta la media nacional. Le he tatuado un cementerio a Juan y he podido tomar muchas fotos con Vane, con la que pude conocer algunas cosas más.

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A Edi finalmente no lo he visto mucho, y eso que he estado en Capiatá más de dos semanas. He echado en falta más ratos muertos con buena conversación y montar esa batería que al otro lado del océano me enseñó a tocar para poder hacer ruido. Pero es lo que tiene trabajar mucho y volver cansado. Aún así, ha sido una gran satisfacción, haberlo podido encontrar de nuevo y compartir un poquito de su vida aquí, tan lejos de donde un día nos conocimos.

Autor: Andrea Bergareche
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