A muchos, muchos kilómetros de España, una hendidura entre las rocas atrae a millones de turistas cada año. El color rojizo de sus paredes y las formas rocosas que lo salpican hacen del lugar un sitio surrealista, casi fantástico. Se trata del Antelope Canyon, ubicado en una reserva indígena navaja del estado de Arizona, en los Estados Unidos.
De vuelta a la península, dando un paseo por los alrededores del Baix Llobregat, un paisaje similar recuerda al norteamericano. «¿Posó? Dali ¿su pincel en estas paredes?», invitan a preguntarse las figuras cinceladas por el paso del tiempo. Las cuevas de Can Riera hacen que el realismo mágico se haga tangible.
De la realidad al surrealismo
Las cuevas de Can Riera se ubican a una media hora de Barcelona en el municipio de Torrelles de Llobregat, pero para llegar a ellas hay que trabajárselo. No se trata de un simple paseo o de un viaje en coche, sino que las piernas deben usarse. Por consiguiente, para alcanzar las cuevas el viajero ha de emprender un recorrido de unos seis kilómetros que, por supuesto, luego deberá desandar, al menos si se quiere regresar a casa. En su mayor parte el camino es sencillo, pero no ligero, pues es siempre en cuesta arriba. El paisaje que acompaña es también motivo de sobra para hacer el recorrido, aunque de momento solo alude a la realidad.
Justo antes de llegar al destino, una rocas rojizas se asoman entre la maleza y, de repente, el rojo lo inunda todo: el visitante ya está en las cuevas, pero aún sigue en el mundo auténtico. Sin embargo, si se decide continuar después de ver la primera caverna, la recompensa será mucho mayor. Para ello hay que hacer un pequeño tramo más difícil, en el que habrá que ayudarse de las manos. Una vez sorteados los obstáculos, el resultado se tornará menos realista, más ficticio. La segunda y la tercera cavidad, situadas después de este pequeño ascenso, son las más impresionantes de ver y las que más se asimilan a la formación estadounidense. Las cuevas son, por tanto, tres.
Las formas de Can Riera son, sin embargo, reales y están producidas por fenómenos naturales como la erosión causada por los vientos y las lluvias durante cientos de siglos. El material del que se componen, rocas arcillosas, confiere el color rojizo a la estampa. Sus propiedades hacen que también sea una roca fácil de moldear, lo que termina por facilitar la formación de figuras sinuosas y ondulantes.
La supervivencia de las cuevas de Can Riera.
Este impresionante paisaje natural, que ha pasado desapercibido millas de años, se asemeja sorprendentemente con el visitado Cañón del Antílope, recibiendo el nombre de ‘Antelope Canyon catalán’. Sin embargo, hace algunos años las redes sociales y artículos como el presente viralizaron la fama de Can Riera, que se llenó de turistas. La cosa podría haber quedado ahí, pero algunos usuarios dejaban basuras y hasta dibujos en las paredes rocosas, que estaban desamparadas de protección gubernamental. Este fue el lado malo de la visibilización del enclave.
El lado positivo fue que el ayuntamiento del municipio decidió poner fin a estas prácticas con la intención de salvar el espacio y nombró a las cuevas como Bien de Interés Local. Esto se tradujo en el cierre de las mismas, que se extiende hasta la actualidad. No es que el cierre en sí sea un motivo para celebrar, pero sí el hecho de salvar el espacio.
A pesar del chasco, es de agrado el conocer la existencia de formaciones como estas, tan cerca de casa, y saber que podrán seguir ahí millas de años más. Todo gracias a la protección de la que gozan, con la esperanza de que algún día los excursionistas puedan volver de nuevo a mancharse sus camisetas de rojo en un mundo que parece de ficción.
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Autor: Eva Gruss
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